Cuando por vez primera leí los libros de Jacobo, me impresionó la descripción de las curaciones de Pachita. En ese momento nació una gran inquietud de conocer más de ella y sobre los testimonios de otras personas.
A través de los mismos libros de Jacobo me enteré de que Pachita había fallecido tiempo atrás, pero siguiendo con la tradición, uno de sus hijos continuó con su legado de curandero. Por eso, traté durante muchos años de localizarlo, pero no fue posible.
El hijo de Pachita recibió al Tlatoani
Al principio, mi búsqueda fue iniciada por curiosidad, pero a lo largo de los años padecí un problema de los pulmones. En el momento justo, cuando lo necesitaba, encontré al hijo de Pachita a quien tanto había buscado. A continuación, hago el relato de mi consulta con él.
Me apresuré a conducir mi automóvil por las calles de la colonia Coyoacán, al sur de la ciudad de México. No sabía qué esperar. Tan solo hacía unos pocos días atrás, una persona preocupada por mi salud me indicó la dirección donde debía presentarme, indicando que únicamente recibían a personas recomendadas.
Es decir, que no atendían a cualquiera sin tener una referencia previa de él. Todo esto es por seguridad, me comentó en un ambiente de secreto, dejándome una sensación de misterio.
La cita era a las seis de la tarde, pero llegué a las cinco y media, y aun así la sala ya estaba a la mitad. Dentro se denotaba en el ambiente una sensación de esperanza, de encontrar la última oportunidad de recuperar la salud.
Un enfermo terminal, quien acudía rodeado de enfermeras y de sus familiares, se encontraba junto a aquella muchacha que tenía problemas hormonales que le originaban tumores en la matriz. La enfermedad no distingue clase social ni educación. Es, al igual que la muerte, la gran equilibradora de la balanza de la vida.
Mientras me sentía un poco intimidado, noté como en el ambiente existía una energía que era transmitida por los ayudantes de “el Hermanito”. Se respiraba una tranquilidad que era proyectada por la convicción de que no importaba la enfermedad que padeciera, esta podía ser curada siempre y cuando se siguieran las indicaciones y mediante la intervención del curandero.
La nueva experiencia con el hermanito
La noche hizo su aparición. Justo en ese momento, cerraron las puertas y no se recibió ningún paciente más, porque empezaba el proceso de curación. “El Hermanito” empezaba a dar consultas.
Las mujeres, los niños y los casos especiales pasaron primero, dejando a los hombres al final. Lo que más me llamó la atención fue que las indicaciones se repetían en tres idiomas: el español, el inglés y el francés. Denotando de esta manera que existía mucha gente que no era originaria de México.
Cuando pasé al consultorio, la iluminación era nula. Ni siquiera una vela alumbraba el camino, por lo que todos los pacientes eran conducidos por un ayudante quien se aseguraba de que no sufrieran una caída por no ver un mueble o un escalón.
Cuando “el Hermanito” habló, tenía una voz profunda, con una calidez que reconfortaba, preguntó: -¿Hermanito, qué te trae por aquí?- A lo que cada uno de los pacientes contestaba qué padecimiento creía tener, y a continuación, él daba un diagnóstico de lo que veía dentro de cada uno de nosotros.
Al terminar, se despedía con un -Buenas noches, que Dios te bendiga- y después eras conducido a otra sala, donde esperabas ser llamado para que te dieran las indicaciones finales.
Al llegar tu turno, te daban las indicaciones que “el Hermanito” había dictado para curar el padecimiento, citándote para otro día en La Raza y darte el tratamiento correspondiente.
El haber sido testigo de primera mano, me dio otra perspectiva del proceso curativo tan ampliamente explicado por Jacobo.